Escritor: Joaquín Durán Jerónimo
Narradora: Dolores Jerónimo Torres
Organización: UGR y Didark
Título: El olor de la felicidad
Nivel: Intermedio
Idioma: Español
Resumen: Esta historia se desarrolla alrededor del año 1963 en Cázulas, una pedanía del municipio de Otívar en donde Loli relata, desde los ojos de una niña de 8 años, cómo eran sus vacaciones de verano en un paraje natural de ensueño donde el trabajo artesanal y la misa de los domingos eran las costumbres habituales de una población que trabajaba al servicio del marquesado de la zona.
Palabras clave: Matanza, Gastronomía, Memorias, Rutina, Costumbres.
Otro día más José Pérez llegaba a Granada. Mi madre solía llamarlo para que nos recogiera en su furgoneta y nos llevara a Cázulas. El camino hasta el pueblo no era fácil, puesto que había muchas curvas y, además, estas eran bastante pronunciadas. Antes o después, siempre acababa vomitándome encima, a causa del mareo que me provocaban tantas curvas. A mi llegada, la escena era bastante peculiar, pues la cara de mi abuela, que venía justo después de rezar el rosario[1] en la capilla[2] del palacete de la marquesa, era bastante expresiva al verme llegar toda manchada. Apenas tardaba en bañarme y enfundarme en un vestido que había heredado de mis otras hermanas. Así recuerdo yo que eran siempre mis llegadas a Cázulas.
Mi día a día consistía en levantarme por la mañana y esperar a que mi tía me recogiera para ir a recoger higos chumbos[3] con nuestra cesta de mimbre amarrada al brazo. Un método para recogerlos, que solía ser bastante efectivo, era usar las tenazas que usábamos para atizar la lumbre[4] de la chimenea. Con esas tenazas podíamos retorcer los higos y, posteriormente, a base de golpes, quitarles las espinas con una ramas.
Después, para poder soportar el día de trabajo en el campo, el cual solía ser bastante duro, necesitábamos un desayuno acorde al esfuerzo que poníamos en cada actividad. En primer lugar, tostábamos unas rebanadas de pan de hogaza[5], que poníamos en la lumbre y luego le añadíamos aceite y ajo, pero que también podíamos acompañar con tocino, higos chumbos o incluso boquerones. El tema de los boquerones era un tanto curioso porque lo que hacíamos era ensartarlos[6] y ponerlos colgados en la fachada para secarlos y, posteriormente, asarlos en la lumbre. El aceite, por otra parte, era aceite recién prensado y lo almacenábamos en un contenedor enorme que teníamos en casa y que desprendía un aroma único.
Tras el desayuno, solía quedar con mis amigos para ir a jugar. Algunas veces, quedábamos cerca de un algarrobo y, como éramos un grupo grande, nos dividíamos para hacernos nuestras casitas y muñecas de barro. Otros niños, sin embargo, creaban sus propias espadas con palos, con madera y luchaban entre ellos. Cuando sentíamos que no podíamos aguantar nuestras necesidades fisiológicas íbamos a una acequia a mear o detrás de matorrales a defecar y luego nos limpiábamos con hojas de parra o con piedras, que habíamos preparado previamente.
A media tarde ya se podía ver a la gente volver de sus labores en el campo. Toda la gente del pueblo trabajaba para la marquesa. De hecho, todas las casas de los alrededores eran casas que la marquesa cedía a sus empleados a cambio de mano de obra[7]. Allí la gente se ocupaba de las vacas, de los caballos o de la cosecha del campo.
Las horas después de la jornada laboral eran muy divertidas, pues los jornaleros solían salir con las sillas a la plazoleta, que estaba un par de calles contiguas a la casa de mi abuela. Era como una fiesta, pues se ponían a cantar y a tocar la guitarra. Una vez que el sol desaparecía en el horizonte, los niños nos íbamos a dormir y recuerdo que nos daban una infusión de manzanilla con romero y mejorana, parecida al orégano, que era bastante popular en la zona.
Durante la semana, mis clases eran con Sor Gracia, una monja. Antaño, era bastante común que las monjas que estaban enfermas, como era su caso, dejaran el convento para retirarse. Su jubilación le permitió dedicarse a la docencia. La escuela, donde nos daba clase, estaba justo en frente de nuestra casa. El edificio era bastante pequeño, pero aún así podías encontrar varios bancos de madera con reposapiés y un tablero justo delante, donde te apoyabas, además de un cajoncillo debajo para guardar los libros. La decoración era un tanto sobria, pero recuerdo que había una pizarra grande, justo en frente de mí y, por detrás, un mapa que los niños usábamos como referencia para cantar canciones que nos ayudaran a recordar los países, como: España limita al norte con el Mar Cantábrico, los Montes Pirineos, que los separa de Francia…
Sor Gracia y yo hacíamos muchas cosas juntas. Por ejemplo, había tardes en las que íbamos a ver a Aurelio, un hombre que venía con su mulo desde Otívar, cargando sus dos serones[8] llenos de galletas y azúcar. Aurelio tenía una tienda en Otívar, pero todas las semanas la gente lo llamaba para que les trajera las cosas que les iban haciendo falta. No obstante, había días que Aurelio no venía a Cázulas y no tenía más remedio que ir andando hasta su tienda para conseguir lo que mi maestra buscaba. Antiguamente, no había camino con asfalto, por lo que tenías que atravesar el bosque lleno de pinos, hojas, tierra o barro e intentar no resbalar con la broza[9] que pisabas. Además, el camino no era llano, sino que tenías que bajar hasta el río para después subir el monte hasta Otívar. Una costumbre que tenía Sor Gracia, y que me encantaba, era que me compraba un paquete de galletas con chocolate de la marca Príncipe, siempre que llegábamos a Otívar.
Los domingos por la mañana temprano se podía escuchar el repique de las campanas de la capilla del palacete con su particular retintín. Este sonido alertaba a los vecinos de que era la hora de ir a misa. Las misas las daba un cura que venía del pueblo vecino. Una cosa que tengo que recalcar es que, acudir a misa no era cualquier cosa, había un completo código de vestimenta, debías ir arreglado, aseado y con buena imagen. Es por eso que calentaban agua en la chimenea para después echarla en una palangana[10]. La palangana la dejaban en nuestro dormitorio y los niños nos lavábamos con jabón Lux. Juro que aún recuerdo el aroma de ese jabón, recorriendo las calles del pueblo con el agua con la que nos habíamos duchado justo antes.
Después de la misa había días que bajábamos a los ríos. En Cázulas hay dos ríos, uno junto a la fábrica de sierra y otro junto a la fábrica de luz. La fábrica de sierra era una fábrica donde se llevaban los árboles talados y con ellos hacían bloques de madera o muebles que después vendían. La fábrica de luz, por otra parte, era una infraestructura hidroeléctrica con la que se abastecía de electricidad a las casas. Sin embargo, el abastecimiento no debía ser mucho porque recuerdo que mi abuela usaba quinqués[11], que eran como artilugios con forma de lámpara de Aladino a los que les metía aceite y una mecha que prendía para poder ver algo por la noche. De hecho, mi abuela solía repartir varios por la casa.
Con respecto a una de las tradiciones culinarias que más me encantaba y que creaba más expectación y gente reunía era la matanza. La matanza, por lo general, se hacía antes de Navidad. La gente criaba cerdos durante todo el año para matarlos por esta época. Lo que se hacía era llevar al cerdo al patio de las caballerizas, dentro del recinto del palacete y lo ponían en una mesa para después clavarle un cuchillo en el cuello y desangrarlo. Una vez muerto, se le echaba agua hirviendo por todo el cuerpo. Después, se iban raspando la piel del marrano con el cuchillo para quitarle los pelos. A continuación, lo ataban de pies y manos a unos palos y lo iban troceando.
Como por aquellos entonces no había frigoríficos ni dónde meter la carne, lo que se hacía era embadurnar todo en manteca de cerdo. Lo derretían, lo freían y luego lo almacenaban en orzas grandes para conservarlo durante todo el año. No se tiraba nada del cerdo. Con la sangre se hacía morcilla. Mientras que los hombres eran los encargados de destripar al cerdo, las mujeres se encargaban de lavar las tripas para hacer embutido o de deshacer los grumos de la sangre en una zafa de cerámica para hacer la morcilla. Mezclaban la cebolla con la sangre y la movían para que cuajara.
Para el embutido, lo que hacían era lavar las tripas con agua y sal y dejarlas secar un día entero. Al día siguiente, se molía la carne en un aparato y la amasaban en fuentes o lebrillos de cerámica. Después de moler y aliñar la carne, la metían en otra máquina que les daba forma, tras pasar por un pivote[12] al que le adherían las tripas del cerdo. Además, puesto que nadie robaba nada en aquella época, los embutidos se colgaban de unas cañas, fuera, para curarse.
Recuerdo que en casa de mi tía, si mirabas al techo, podías ver chorizos, morcillas y todo tipo de embutidos colgados del techo con hilo bramante[13]. Un día, mis primos, que eran muy traviesos, tenían tanta hambre que se les ocurrió lanzar el gato al techo para que cogiera alguna pieza de embutido. Cuando su madre conoció la hazaña, ella salió corriendo detrás de ellos para castigarlos.
[1]Rezar ¡el rosario – Es un tipo de rezo que realizan los católicos y se refiere el rosario al elemento que, formado por cuentas, se utiliza para desarrollar este mismo rezo.
[2] Capilla – Es la denominación de un tipo de oratorio o lugar de culto en la religión católica.
[3] Higo chumbo – Es el fruto de la chumbera, su piel es árida y está cubierto de espinas. Puede ser de color amarillento, rojizo o rosado. Los paisajes rurales de las zonas más áridas de nuestro país, en concreto, en la parte oriental de Andalucía todavía se ven salpicadas de chumberas, a menudo creciendo silvestres o junto a caseríos y viejas viviendas. Cada vez los higos chumbos son más escasos; los higos chumbos fueron antaño otro de los sabores del verano que muchos recordamos con nostalgia.
[4] Lumbre – Fuego o materia que arde con llama o brasa y que proporciona luz y calor.
[5] Hogaza – Pan redondo de pueblo. Pan de casi un kilo (1 kg) de peso.
[6] Ensartar – Atravesar una cosa con un objeto acabado en punta.
[7] Mano de obra – Trabajo realizado por un obrero o también se denomina al conjunto de obreros disponibles para realizar un trabajo.
[8] Serón – Saco que sirve para llevar carga por los caminos.
[9] Broza – Conjunto de restos de plantas, como ramas u hojas secas, que hay en bosques y jardines.
[10] Palangana – Recipiente circular, ancho y poco profundo, usado especialmente para lavarse.
[11] Quinqué – Lámpara portátil y graduable en intensidad, que tiene un tubo o una pantalla de cristal para proteger la llama, un depósito y una mecha; funciona con petróleo o aceite.
[12] Pivote – Extremo cilíndrico o puntiagudo de una pieza, donde se apoya o inserta otra, bien con carácter fijo o bien de manera que una de ellas pueda girar u oscilar con facilidad respecto de la otra.
[13] Hilo bramante – Hilo gordo o cordel muy delgado hecho de cáñamo, aunque también se fabrica este cordel con otras materias primas como el lino, el algodón.