Escritor: Elena Moreno Miranda

Narrador: Anónimo

Organización: Didark y UGR

Título: Zapatero, entre otros oficios 

Nivel: Intermedio

Idioma: Español

Resumen: La historia presenta el oficio de mi abuelo que fue zapatero que compaginó esta profesión con muchos otros oficios a lo largo de su vida. La historia se desarrolla en Granada y en Francia. El tema principal de la historia es la necesidad de tener varios oficios para poder mantenerse en la vida. 

Palabras clave: España, Francia, Zapatero, Dictadura, Oficios. 

Zapatero, entre otros oficios

En los años 50, un joven con problemas en uno de sus pies, comenzó a aprender el oficio de zapatero, pero este no era suficiente para poder mantenerse.

 

En el año 1953, bajo la Dictadura del general Francisco Franco y con tan solo 13 años, comencé a aprender un oficio que me permitió vivir y mantener a mi familia durante un breve periodo de tiempo. Podrá parecer irónico que, en esos momentos, el mejor trabajo para un niño con problemas en uno de sus pies fuera el de zapatero, pero así fue. La idea de que fuera zapatero fue promovida por mi padre, quien, dada la situación en la que se encontraba inmerso el país y la mía personal, no quería que fuera explotado laboralmente, por lo que me recomendó a unos conocidos de la familia, que vivían en  Sevilla, que fueron los que me buscaron un maestro zapatero en Tocina-Los Rosales (Sevilla), considerados dos pueblos en uno, por su cercanía (apenas dos kilómetros de distancia). 

En un principio, debía de ir andando porque no tenía ni un duro para comprar una bicicleta, pero finalmente, compré una de segunda mano a una mujer que trabajaba allí, pero que tuvo que dejar el pueblo para ir a Madrid.

 

En Tocina, junto al maestro zapatero y el oficial portugués, Jacinto, aprendí todo lo que –a día de hoy– sé. Jacinto me enseñó a montar calzado nuevo. Si un día se iba el maestro a comprar, él me daba a escondidas zapatos para montar.  Me iba enseñando cosas nuevas que yo ponía en práctica cuando el maestro no estaba. 

 

Para coser a mano, como yo no había ninguno, ni el maestro ni Jacinto. Daba puntadas al milímetro, y ambos me decían que servía para ello. Como estaba de aprendiz no ganaba ningún dinero por lo que, como hacía falta dinero en casa, ganaba un pequeño sueldo escardando[1]. Estuve trabajando con unas mujeres en el campo durante un tiempo.  Yo echaba abono a las plantas montado en un borriquillo[2] y ellas escardaban. 

 

En la zapatería, una vez que comencé a ser más autónomo en las elaboraciones, decidí volver a mi pueblo (El Castillo de Tajarja, localidad y municipio de Chimeneas) junto a mi familia y trabajar de zapatero por mi cuenta. Pero no fue tan fácil como parece.  Allí no había trabajo suficiente, por lo que conseguí comprarme otra bicicleta para ir a Brácana, un municipio cercano a Íllora, ambos pertenecientes a la parte oriental de la provincia de Granada. Allí recogía los zapatos y arreglos que me encargaban y volvía a El Castillo, donde realizaba mi trabajo. Eran veinte kilómetros de un pueblo a otro. En la ida era muy rápido con la bicicleta, casi volaba, pero a la vuelta tardaba bastante porque era cuesta arriba. Salía de Brácana, llegaba al Puente de Castilla y era todo cuesta. Desde allí hasta el Loreto, igual. Después, llegaba a Moraleda de Zafayona, pasando por el Cortijo El Tolo hasta llegar a El Castillo. 

 

¿Qué tipo de calzado hacía? Hacía botas camperas[3], zapatos de hombre y de mujer y calzado nuevo a medida, aplantillado[4], cosido a mano desde que empiezas hasta que terminas con la suela. Para ello, en primer lugar, cogía una tira de papel y, con ella, tomaba la medida situándose desde el talón hasta el dedo gordo del pie derecho o izquierdo. Yo solía coger la medida del pie izquierdo. A continuación, ponía las medidas tomadas en el material con el que se hacía ese zapato. Se cosía la suela a mano, el corte para montar el zapato y pillar el cerco[5] que sobresale de los zapatos con la suela, todo ello montado en una horma[6]. También se podía hacer chinchado[7], que consiste en ponerle un cartón en la suela para que agarre la puntilla por debajo de la plantilla, pero no era bueno para mi pie, por lo que no lo hacía.

 

Poco a poco, fui comprando todo el material. Tenía una mesilla de zapatería, una mesa, un banquillo, clavos de una clase, clavos de otra, una patacabra[8] (palanca) para darle cera a los zapatos nuevos, cera para pinchar la lerna[9] y que entrara en la suela mejor (le dabas con la lerna y cogía grasa), suelas, curtido, chavetas[10], un juego de horma grande, cuchillas, lernas con la punta doblada para coser cercos (lo que se ciñe y rodea) y con la punta recta para coser suelas y hacer contrafuertes[11]. Este material se lo quedó mi hermano hace unos años. Hoy solo me queda una precisa de la zapatería, que es un hierro con una pata más pequeña  y otra más grande, y un tacón para poner, pegar y hacer los tacones. 

 

En uno de mis viajes entre Brácana y El Castillo, mientras cruzaba el estrecho Puente de Castilla, me caí de la bicicleta y perdí todos los zapatos que me habían encargado. Teniendo en cuenta que anochecía y sin olvidar que apenas alcanzaba la mayoría de edad, me asusté. Escuché a alguien acercarse y, sin saber quién era, cogí las chavetas que llevaba en mi maletín para defenderme por si me pasaba algo. Cargado con todos los zapatos que encontré y sujetando en una mano las chavetas, alguien me gritó: –“¡Pues no has tardado rato!”–. Y ahí lo reconocí. Era un amigo mío que desde la otra punta del puente me vio y se paró a esperarme. Ya, una vez más tranquilo, le dije: –“Yo no sabía que eras tú el que estaba ahí, si me lo hubieras dicho… Porque mira lo que llevaba en la mano”–.

 

Pasaba el tiempo y seguía sin haber trabajo suficiente para mantenernos, por lo que decidí irme a Francia. Antes de viajar me tuve que hacer un zapato especial para mi pie, para dejar de usar las botas que yo me hacía, que unas eran más cortas y otras más largas. Ya con esas nuevas me podía ir a Francia a trabajar porque tenía que ir con zapato normal para que me dejaran entrar al país. Una vez llegué allí, comencé a trabajar en el almacén de una fábrica de bebida sin alcohol donde se hacía aceite, cerveza sin alcohol, zumos, agua, etc. Yo tenía que atender los pedidos: leerlos en francés, coger las cajas y echarlas en una cadena para que otro hombre las cargara en los camiones.

 

Pasado un tiempo, salí de allí y comencé a cuidar cinco caballos de hípica en un castillo llamado Le Château de Bouffemont, en el que se grababan incluso películas. Estaba muy bien trabajando allí y yo era muy feliz. Coincidí con un matrimonio madrileño, que fue muy bueno conmigo. Si por mí fuera, hubiera seguido más tiempo en aquel castillo, pero no fue posible porque me casé  y allí no querían que hubiera personas casadas. Por ello, empecé a trabajar en la Hutchinson, una fábrica de caucho[12] donde se hacían las ruedas para los coches y para que las cadenas de hierro de los tanques de guerra pudieran andar por el asfalto. 

 

Como teníamos que derretir caucho, hacía muchísimo calor y nos daban una garrafa de menta para echarle al agua y refrescarnos. Allí gané bastante dinero, alrededor de unas 10.000 pesetas[13] al mes, que era bastante dinero para la época. Me pude comprar una cinta y grabarla para enviársela a mi mujer, tu abuela, que estaba en España. Pero, como he dicho antes, hacía demasiado calor en la fábrica y para mi pie, aquel calor, no era bueno. Aguanté todo el tiempo que pude hasta que, finalmente, acabé dejándolo y me fui a una empresa de construcción de edificios. El jefe de la obra me puso como petit compagnon[14] con él, como si fuera yo un aprendiz de oficio de la construcción del encofrador[15]. Estuve trabajando allí durante 6 meses, hasta que un día, en mayo de 1967, Antonio, el padre de mi mujer, me llamó diciendo que tenía trabajo para mí en España y no me lo pensé dos veces[16] y volví a mi tierra. 

 

El oficio de zapatero siempre me ha acompañado a lo largo de mi vida. Durante el tiempo que estuve en la fábrica, la Hutchinson, aprovechaba los días que tenía libre para ir a una zapatería que había frente a mi casa, a ayudar al dueño. Allí aproveché a hacerme unas botas nuevas, ya que llevaba mucho tiempo con las que me había hecho en España y estaban muy deterioradas[17]

 

Al llegar a España, retomé la zapatería, pero también realizaba trabajos en dos grandes cortijos, Las Villas y El Romeral. A mí me ha gustado mucho mi oficio, ser zapatero. Si hoy tuviera las botas que me hacía para mi pie enfermo, no tendría tantos dolores. En conclusión, he trabajado de todo porque la zapatería no era suficiente para mantenernos. Cada vez que veía que ganaba poco, buscaba otro trabajo que complementara mi nómina, para que mi familia no pasara apuros. 


[1] Escardar – Arrancar los cardos y otras hierbas perjudiciales de un terreno de cultivo.

[2] Borriquillo – Burro pequeño.

[3] Botas camperas – Tipo de calzado para usar en el campo

[4] Aplantillado – Elaborar calzado con arreglo a una plantilla o un patrón

[5] Cerco – Sinónimo de delimitar.

[6] Horma – Molde que sirve para dar forma a un material o a un objeto.

[7] Chinchado – Clavar chinchetas.

[8] Patacabra – Instrumento de boj o de hueso con que los zapateros alisan los bordes de las suelas después de desviarlas.

[9] Lerna – Herramienta de zapatero para perforar.

[10] Chaveta – Elemento de máquina largo que sirve para unir un eje con otro elemento de máquina solidario.

[11] Contrafuerte – Pieza de cuero o de material resistente con que se refuerza la parte interior y posterior del calzado.

[12] Caucho – Sustancia elástica, impermeable y resistente.

[13] Pesetas – Unidad monetaria de España hasta su sustitución por el euro.

[14] Petit compagnon – Persona que aprende algo, especialmente un oficio manual, practicándolo con alguien que ya lo domina.

[15] Encofrador – Persona que tiene por oficio hacer el encofrado de obras en edificios.

[16] Pensarse las cosas dos veces – pensarlo mucho antes de hacer algo.

[17] Deteriorar – Estropear, menoscabar, poner en inferior condición algo.

 

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