Escritor: Arturo Tápia Hernández 

Narradora: Francisca Hidalgo Sánchez 

Organización: UGR y Didark

Título: El terremoto de Albolote

Nivel: Intermedio

Idioma: Español 

Resumen: Esta historia describe la casa y los lugares donde, una familia, hacía su vida cotidiana en el pueblo de Albolote. Cómo eran sus costumbres, la distribución de las habitaciones de su casa y sus diferentes usos. Además narra cómo vivió uno de los terremotos más destructivos de la historia del pueblo y las devastadoras consecuencias después del mismo.

Palabras clave: Terremoto, Casa, Tareas, Derrumbe, Angustia.

El terremoto de Albolote

Mi nombre es Francisca Hidalgo Sánchez, nací el 30 de septiembre de 1928 en la misma casa que nació mi padre, mi abuela paterna Ana María Garrido Martín y mi bisabuelo Juan Rafael Garrido Escalona: nacimos cuatro generaciones de la familia allí. 

Mi bisabuelo se quedó huérfano de madre al nacer y su padre, Juan Garrido se volvió a casar, pero no tuvo descendencia con su segunda esposa. También el padre de mi bisabuelo murió joven y lo crió su madrastra. Esta fue vendiendo terrenos para el sustento de ella y del niño, que era mi bisabuelo; así que mi abuela, Ana María Garrido Martín heredó la casa de su padre además de las tierras que dejaron.  

Con esfuerzo y suerte pudo comprar algunos terrenos más a lo largo de su vida, como la finca rústica del Chorrillo, la finca rústica Los Pajonares, la finca rústica La Canicia, los terrenos en las zonas del Camino de Granada y del Camino de Jaén y varios solares[1]. Todas estas propiedades, ubicadas dentro del término municipal de Albolote, en Granada (España).

Cuando me casé, me fui a vivir, junto con mi esposo, a una casa cerca de la plaza central del pueblo, donde se encuentran algunos servicios o instituciones principales de Albolote, como el Ayuntamiento, el Centro de Salud o la iglesia principal. Desde mi casa se escuchaban las campanas de la iglesia cuando anunciaban las horas del día. La casa estaba en la Plaza de Hidalgo López, allí se situaba la puerta principal, pero la casa tenía otra puerta trasera con un patio donde había un pozo[2]. Todos los vecinos iban a sacar agua a ese pozo, porque era un agua de excelente calidad. Mi padre encargaba a un pocero[3] que lo limpiara todos los años y le echara cal[4] para desinfectarlo. El pozo tenía 30 m. de cuerda, lo cual hace ya imaginar la profundidad que tenía.  

La casa tenía dos plantas: en la parte de arriba tres habitaciones y una buhardilla[5], la cual se usaba como trastero, donde se guardaba el trillo[6] y las cribas[7], los sacos y demás aperos de labranza[8]. Además, una de las habitaciones estaba muy soleada y, por eso, se usaba como secadero de aceitunas loaimes[9] y pimientos rojos, fundamentalmente, que luego se convertirían en ñoras[10]. En esa misma habitación también se colgaban en el techo melones, uvas y membrillos. Cuando se hacía la matanza[11] del cerdo, se ponía una caña en la cual se colgaba lo que habían extraído y elaborado de él: chorizos, morcillas, lomos y jamones. 

La fachada principal de la casa tenía una hornacina[12] con un ecce homo[13] de madera. Las hornacinas normalmente se colocan orientadas tanto al exterior como al interior de los edificios y cumplen una función ornamental, decorativa y, a veces, en los muros de los templos sirven para poner un altar con una imagen religiosa. Pero también servían para venerar las casas, es decir, para decir que la gente que allí vivía sentía un gran amor y respeto a una cosa sagrada, como puedan ser los alimentos más deseados y caros de la matanza, a Dios o a cualquier santo. 

En la planta baja, las puertas de entrada al salón, eran de madera rústica con duelas[14] forjadas en hierro; además había dos sillones de caderas, realizados en taracea[15] y dos candelabros inmensos que alumbraban por la noche. El salón principal también incluía una de las cocinas con chimenea y la despensa la cual llamábamos alacena. En la despensa teníamos unas tinajas y orzas llenas de aceitunas aliñadas con limón, ajo, orégano, tomillo, sal y vinagre. En otras orzas se ponía chorizo, lomo y morcilla en aceite. Teníamos también conservas de tomate y pimientos asados. El salón tenía una gran mesa rústica con seis sillas de mimbre y dos mecedoras. Desde el salón se podía acceder a un patio amplio en el cual había una higuera y un rosal trepador. En el lado opuesto a la casa estaba la cuadra de las vacas.

En la parte posterior del patio había árboles frutales y un huerto. Junto al portón teníamos una caseta para el perro y un gallinero donde yo daba de comer a las gallinas y recogía los huevos para hacer tortilla. Mis tareas diarias consistían en hacer la comida, limpiar, dedicarme a la crianza de mis hijos y, básicamente, todas las labores de mi casa. También tejía jerséis con dos agujas para el invierno y los ovillos me los traía de Granada mi esposo. 

Mi marido era ganadero y vendía leche. Cuando no se vendía toda la leche, yo hacía queso. Un queso mediano necesita 25 litros de leche. Los quesos los vendía a los mismos clientes que la leche, también les vendía requesón. Para mi familia, yo hacía arroz con leche, leche frita y yogurt.

El 19 de abril de 1956 se produjo un evento inesperado en la vida de nuestra familia y en la de todos los habitantes de Albolote y parte del cinturón de Granada. Ese día hacía un día más caluroso de lo normal, con cierta calima y yo ya había hecho mi rutina diaria.  Mis hijos, Juan y Francisco, de 2 años y medio y 1 año, respectivamente, eran muy pequeños y seguro no lo recordarán.

Esa tarde, mi padre se había llevado a Juan a dar un paseo y yo tenía a Francisco a mi lado mientras le daba de comer a las gallinas. Alrededor de las seis y media de la tarde (18:30h) un fuerte terremoto, de 5,1 grados en la escala de Richter e intensidad de VIII, sacudió Albolote con terribles consecuencias. Yo había notado que las gallinas estaban muy nerviosas e inquietas. El perro ladraba ansioso y fuertemente. Entré en mi casa para dejar los huevos que había recogido y comencé a sentir un rumor ruidoso, pero no tuve ni un segundo para reaccionar cuando el fuerte seísmo comenzó a tambalear y mover todos los jarrones y estantes de mi cocina. Algunos se cayeron y se quebraron, otros se balanceaban como un barco en una tormenta. Rápidamente, cogí en mis brazos a mi hijo Francisco, el cual lloraba en la trona[16] debido al estruendo, y corrí desesperada junto a la higuera que había en el centro del patio. De esa manera, si la casa se derrumbaba pensaba yo que estaríamos más seguros. Según cuentan los expertos, el terremoto tuvo una duración de cuatro segundos, pero para mí fueron varios minutos, pues la ansiedad causada y el temor quedó grabado en mi alma y en mi mente.

Después del terremoto, mi hermano vino a saber si todo estaba bien y me trajo a mi hijo Juan. Juntos nos fuimos hacia la casa de mis padres. Pero estaba preocupada por mi esposo, que estaba en Granada vendiendo leche. Ninguna de nuestras casas sufrió graves daños, solo se cayó una pared de la planta superior, la cual dejó al descubierto (sin paredes ni techo) un dormitorio, y todos los ladrillos cayeron al huerto. La casa de mis padres había sido construida en piedra y, por eso, ninguno de sus muros se había derrumbado. Afortunadamente, todos estábamos bien. Mi marido llegó a casa una media hora después y, al ver que yo no estaba en casa y que se había caído una pared, se fue asustado a la casa de mis padres a buscarnos.

Tras todo esto, tuvimos que pasar la noche en la planta baja de nuestra casa, concretamente, en el salón: utilizamos colchones y mantas, velas y todo lo necesario, con cierto miedo por si teníamos réplicas[17]. Estas se sucedieron durante la noche y los días siguientes con menor intensidad. 

Las casas de mucha gente habían quedado inaccesibles o destruidas, por lo que tuvieron que dormir al aire libre en los alrededores del pueblo durante varias noches. Realmente tuvimos mucha suerte, ya que el terremoto causó más de tres muertos, entre los que se encontraban una mujer joven y un niño pequeño de la misma familia. En el vecindario se hablaba de los cuantiosos daños entre los más de cuarenta heridos y las casas que quedaron totalmente inhabitables, en ruinas o en peligro de derrumbe. Albolote parecía completamente un pueblo destruido. A día de hoy, quedan muy pocas casas que sobrevivieron al terremoto, pero aún se sigue rememorando los hechos con cierto asombro.


[1] Solar – Terreno que reúne las condiciones mínimas para ser edificado y en el que, posteriormente, su uso pueda desarrollarse adecuadamente.

[2] Pozo – Un pozo es un agujero de forma cilíndrica, excavación o túnel vertical que perfora la tierra, hasta una profundidad suficiente para alcanzar lo que se busca, sea la reserva de agua subterránea o fluidos como el petróleo. Se suelen asegurar sus paredes con ladrillo, piedra, cemento o madera, para evitar su deterioro y derrumbe, que podrían causar el taponamiento del pozo. 

[3] Pocero – Persona que tiene por oficio limpiar pozos negros, cloacas y lugares similares.

[4] Cal – Hidróxido de calcio o cal hidratada es un químico natural que posee propiedades antimicrobianas, antiparasitarias, biocidas y mineralizadoras.

[5] Buhardilla –  Parte más alta de una casa, inmediata al tejado, que generalmente tiene el techo inclinado; se utiliza como vivienda, habitación o para guardar cosas que no se usan habitualmente. 

[6] Trillo – Es un apero o antigua herramienta agrícola que se destina a trillar, es decir, a separar el trigo de la paja

[7] Criba – Utensilio que se emplea para limpiar el polvo y otros sólidos no deseados con que se haya mezclado.

[8] Aperos de labranza – Instrumentos que se usan para labrar en el campo.

[9] Aceituna loaime – Variedad de aceituna.

[10] Ñoras – Las ñoras son una clase de pimiento seco con forma redondeada y que es típica en muchos platos del levante español.

[11] Hacer la matanza – Tradición gastronómica antigua española. La matanza del cerdo era el momento para aprovisionarse de alimentos para todo el invierno. Dependiendo del número de componentes de la familia y del nivel económico se mataba un cerdo o más.

[12] Hornacina – Hueco en forma de arco en el grueso de la pared.

[13] Ecce homo – Representación de Jesucristo detenido, herido y con una corona de espinas en el momento de ser presentado por Pilatos al pueblo.

[14] Duela – Son lámina metálica negra o galvanizada con estampado en relieve.

[15] Taracea – Técnica ornamental que consiste en la incrustación de pequeños trozos de madera, nácar, hueso u otros materiales en un objeto de madera.

[16] Trona de bebe – Silla que se levanta a una distancia justa del suelo, de modo que un adulto sentado pueda dar de comer al niño.

[17] Réplicas – Son movimientos sísmicos que ocurren en la misma región en donde hubo un temblor o terremoto central.

 

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