Escritora: Marta García Jiménez

Narradora: Anónimo

Organización: Didark y UGR

Título: El sueño de ser médico

Nivel: Avanzado

IdiomaEspañol

Resumen: Hace tan solo unas décadas, en España que una mujer quisiera estudiar no estaba bien visto. Esta historia cuenta la perseverancia de la protagonista por cumplir su sueño de ser médico. Al final, consigue parte de su sueño, estudia, trabaja y finalmente se dedica al mundo relacionado con la medicina en una farmacia. 

Palabras clave: Medicina, Farmacia, Trabajo, Experiencia laboral, Constancia. 

El sueño de ser médico

Desde muy pequeña me ha gustado todo lo relacionado con la medicina. En la casa de mis padres había una guía médica y se convirtió en mi infancia en mi libro favorito. Cuando terminé la Educación General Obligatoria, la EGB, tuve las calificaciones más altas de mi promoción y la directora del centro al que asistía, me facilitó un documento para poder elegir el centro donde continuar mis estudios. Por mis altas notas podía elegir el instituto donde quería estudiar. El único requisito que me pedían para estudiar era reunir 500 pesetas para la matrícula y 8 fotos de carnet. Cuando además del listado de libros de texto me indicaron que tenía que comprar un uniforme, en mi casa me dijeron que no había dinero para tantas cosas. Éramos una familia humilde y fue ahí cuando entendí nuestra situación.  Y desde aquel momento empecé a echar una mano en el negocio familiar. Este fue el inicio de mi vida laboral, que como podrás leer, ha estado muy vinculada a la sanidad. 

 

Cerca de la casa de mis padres había una farmacia a la que mi madre solía acudir. Un día por casualidad, mi padre se enteró de que necesitaban una aprendiza[1], y decidió, sin preguntarme, presentar mi candidatura. Me eligieron y sería mi padre el encargado de firmar el contrato por mí, por ser menor de edad. Mi nómina[2] era de 7.000 pesetas al mes, que no estaba nada mal para una aprendiza. Mi horario laboral comenzaba a las 9 de la mañana hasta las 14 h. Por la tarde volvía a las 16 horas y era la encargada de cerrar la farmacia a las 8 y media. Pero mi jornada no terminaba ahí: hasta las 11 de la noche tenía que repartir medicamentos por las casas del vecindario. Esto se ampliaba cuando tenía que hacer una guardia, que me pasaba casi 48 horas trabajando, habitualmente en fin de semana o festivos. 

 

Recuerdo que, el primer día que fui a trabajar, me pusieron a fregar pero como tenía cierto interés por aprender, en los pocos ratos libres que tenía, me iba estudiando el nombre de los medicamentos y leía y estudiaba los prospectos[3]. Mi único consuelo era aquella bata blanca que llevaba durante la jornada, me daba cierto aire de importancia, y se convirtió en un símbolo: si no llegaba a poder estudiar medicina, aquella bata blanca se convertiría en lo más cerca que habría llegado de alcanzar mi sueño. 

 

¿Recuerdas que mi nómina era de 7.000 pesetas? Aquel dinero se quedaba en casa para ayudar a la familia. Una noche me armé de valor y le pedí a mi padre que permitiera que, parte de aquel sueldo lo pudiera utilizar en mis estudios, a lo que él, muy sereno me respondió:  Menos estudiar y más buscar un marido que te mantenga. Aquello no me desanimó y me animó a hacer hincapié[4] en conseguir mi objetivo de estudiar medicina. 

 

Mi contrato en la farmacia terminó el día que me tenían que ascender por contrato a la categoría de ayudante y, como no querían pagarme más, decidieron despedirme. Pero me sirvió para que, sin tener la presión de trabajar tantas horas, poder prepararme el acceso a una Formación Profesional[5], lo que se conoce como “un FP” para ser auxiliar de clínica, prueba que aprobé y cuyas prácticas elegí hacer en un hospital. ¡Cada vez estaba más cerca de cumplir mi sueño! Pero se repetía la misma historia: para realizar mis prácticas necesitaba comprar algunos materiales: unos zuecos, una bata, etc. Y en mi casa me volvieron a decir que no había dinero, después de todo el esfuerzo que había realizado. Pero mi ánimo no decayó. 

 

Mi padre, volvió a enterarse de que, en un estudio fotográfico del barrio, necesitaban un ayudante. Y volvió a presentar mi candidatura, y volvieron a elegirme para el puesto. Esta vez mi nómina era de 12.000 pesetas, y mi trabajo a priori consistía en recoger carretes para revelar, vender cámaras fotográficas y realizar sencillas fotografías de estudio. Así que poco a poco fui instruyéndome en el arte de la fotografía, porque además, el dueño de aquel estudio, un señor mayor del que no recuerdo el nombre, había sido un importante fotógrafo, que me enseñó muchos trucos fotográficos, naciendo en mí una vocación que hoy en día sigue siendo uno de mis mayores hobbies. ¿Y qué hace un aprendiz de fotógrafo? Un aprendiz o asistente de fotógrafo ayuda al fotógrafo en su trabajo que incluyen los ajustes de la iluminación, la creación de conjuntos y fondos, sin duda, un trabajo bastante creativo. Comencé a manejar las cámaras para las pruebas de iluminación. Piensa que es una buena manera de manejar equipo caro y profesional sin comprarlo. Y me di cuenta de que tenía ojo fotográfico, es decir, tenía la capacidad de prever la foto cuando es buena. Y, poco a poco, comenzó a interesarme la vida y obra de grandes fotógrafos de la historia: Robert Cappa y Gerda Taro, fotógrafa que murió durante la Guerra Civil española, Robert Doisneau o el surrealista Man Ray.  Pero mis fotógrafos favoritos eran Cartier-Bresson y Vivian Maier, ¿conoces su obra? Pues te contaré que las fotos de ambos artistas tienen algo en común con la mía, aunque suene pretencioso y es que ambos, cuyos estilos son diferentes, captaban a través de su lente la vida, la inmediatez, casi como voyeurs urbanos. Henri Cartier-Bresson acuñó un término que es “el instante decisivo”, es decir, congelar un instante que se habría perdido de no haberse realizado la fotografía. Y eso es lo que intentaba hacer yo con mis fotografías. La fotografía de Vivian Maier está muy focalizada en la vida cotidiana de la calle, en sus paseos principalmente por New York, ciudad en la que vivió. En vida nunca nadie de su entorno supo que era tan buena fotógrafa. Fue a su muerte, casi en la indigencia total, cuando se descubrió su archivo fotográfico y cuando se popularizó su obra. 

 

Pero de aquella época, además de servirme para iniciarme en el arte de la fotografía y en su estudio, también recuerdo algo que tiene mucho que ver con esta historia. En el estudio fotográfico había una pequeña fotocopiadora que, principalmente daba servicio a estudiantes. Pero no a cualquier estudiante, ¡a estudiantes de medicina! Así que mientras fotocopiaba aquellos manuales y apuntes, los leía y memorizaba. ¡No me importaba echar horas extra! Pero, pasado un tiempo, volvió a ocurrir lo mismo que en la farmacia; mi categoría de aprendiz tenía que ser cambiada por contrato pero una vez más no querían pagarme acorde a mi nuevo puesto y decidieron despedirme. 

 

Pero esta vez mi periodo de parón fue breve porque, una farmacia cercana al estudio fotográfico necesitaba un auxiliar para cubrir una baja maternal. Presenté mi candidatura y me contrataron. Lo que en principio era un contrato para seis meses, se convirtió en un trabajo de un año.  Tras trabajar en aquella farmacia, y con mi amplia experiencia me contrataron en la farmacia de Armilla, un pequeño pueblo situado en la Vega de Granada. 

 

Esta farmacia era un pequeño establecimiento, con estanterías grises de metal, donde el orden brillaba por su ausencia: los medicamentos no estaban colocados por orden alfabético, si no de forma aleatoria, así que mi primer encargo al llegar a aquella farmacia fue poner todo aquel caos en orden. 

 

Poco a poco, los clientes fueron cogiendo confianza conmigo y aquellas dudas que les surgían me las preguntaban directamente, sin pasar por el farmacéutico. Les sorprendía que me supiera de memoria muchos de aquellos medicamentos: cómo, cuándo o para qué necesitaban tomarlos, sin tener que leerme el prospecto y yo les contaba con añoranza mis días de aprendizaje en la farmacia de mi barrio y aquellas largas horas leyendo y releyendo prospectos. En aquellos días decidí apuntarme en la Asociación de Auxiliares y Técnicos de Farmacia de Granada, para realizar cursos y seguir ampliando mi formación. Realicé cursos de alimentación geriátrica, cursos sobre medicina infantil e incluso de parafarmacia. 

 

Unos años después abandoné la casa familiar y me casé. En aquella época, creo que era 1986, España ingresa en la comunidad política internacional de derecho que se denomina hoy la Unión Europea, nacida esta organización para propiciar y acoger la integración y gobernanza en común de los Estados y los pueblos de Europa. Y a partir de ese momento mi profesión, Técnico de farmacia, se debía acreditar con un título para poder ejercer, título que en aquel momento yo no poseía. Así que decidí volver a estudiar: cada día, después de mi jornada laboral, en el otro extremo del pueblo, acudía a clase, con el fin de obtener dicho título. 

 

Dio la casualidad de que en aquel momento, el volumen de trabajo de la farmacia se duplicó. ¡Cómo sería, que la dueña de dicha farmacia tuvo que comprar la casa adyacente al local para ampliar el almacén, incluso tuvo que comprar una caja fuerte para guardar todo el dinero que ganábamos diariamente! Pero aquello no fue suficiente y se decidió modernizar por completo la farmacia, hecho que tuvo lugar cuando yo estaba embarazada. Lo recuerdo perfectamente, en pleno mes de agosto, con más de 40 grados a la sombra, encargarme de clasificar más de 7.000 medicamentos, para poder organizarlos en los nuevos armarios clasificadores: góndolas, mostradores, expositores y cajoneras fueron los nuevos muebles con los que la farmacia se modernizó y saber cómo disponerlos en el espacio y cómo colocar los medicamentos fue la clave de la nueva farmacia. Además, a modo de decoración, para darle un toque elegante a la farmacia, se compraron unos antiguos botes de cerámica y cristal procedentes de una antigua farmacia portuguesa de principios de 1900, que estaban decorados con letras originales y en excelentes condiciones de conservación. También se compraron para decorar las estanterías, unos albarelos[6] antiguos, realizados en fina porcelana blanca de forma clásica y pintados a mano, decorados con letras negras que destacaban sobre el blanco de la porcelana. Dichas letras aparecían enmarcadas por guirnaldas florales doradas, dándole un toque de elegancia. Imagínate cómo quedó, tras la reforma, nuestra querida farmacia. Sin duda, fuimos la envidia de la comarca. 

 

Volviendo a mi historia, mi baja maternal duró muy poco: estaba deseando volver a la rutina de la farmacia, poder conversar con los clientes, volver a ver las novedades de la industria farmacéutica, etc. Al volver a incorporarme, tras la baja, había dos chicas jóvenes realizando las prácticas, pero rápidamente me di cuenta de que aún no tenían la rapidez ni la soltura con las que yo me desenvolvía en la farmacia. No sé ahora, pero en aquellos días era obligatorio, con la nueva Ley de Educación, que los estudiantes de Farmacia realizaran 6 meses de prácticas. Por la nuestra pasaron varios estudiantes, y tengo que decir que, en la mayoría de los casos, cuando llegaban a la farmacia y se ponían la bata blanca, enseguida querían comenzar a atender en el mostrador, sin darse cuenta de que lo primero que tenían que hacer era conocer a fondo el almacén, los medicamentos y sus prospectos, aprender las dosis exactas, así que me tocó un trabajo exhaustivo de supervisarlas. Como curiosidad te contaré, que en alguna ocasión tuve que quitarle de las manos a algún cliente algún medicamento que ellas les habían recomendado por ser un medicamento para bebés en lugar de para adultos. Date cuenta de una cosa, entonces las farmacias no estaban “modernizadas” con ordenadores y lectores de códigos que te dan fácilmente la información. No, en aquella época las recetas médicas que los clientes traían a las farmacias habían sido escritas “a mano” por el médico y ya sabes que la letra de médico es famosa por su falta de legibilidad[7]. Por lo que teníamos que conocer muy bien los medicamentos, dosis, posibles efectos, cómo y cuándo se tomaban aquellas pastillas o jarabes. Actualmente, y gracias a la tecnología, los facultativos en las farmacias insertan la tarjeta sanitaria en el ordenador y automáticamente sale toda la información del cliente, pero también de los medicamentos. 

 

Gracias a estos estudiantes que pasaron por la farmacia me di cuenta que, la formación que se daba en la facultad, no tenía nada que ver con el día a día en una farmacia, ya que para poder ser un buen profesional no vale con llegar a un mostrador y ponerte a atender, hay que saber muchas cosas más, tener paciencia, empatía, saber escuchar y te diré que, incluso, tener simpatía, ya que muchos de nuestros clientes están enfermos y llegan a las farmacias, en algunas ocasiones, bastante desanimados y decaídos, con lo que si les recibes y les atiendes con una sonrisa, es un buen bálsamo para ellos. Hay que tener una información veraz sobre cada uno de esos medicamentos, ya que aunque los medicamentos vienen recomendados por los médicos nosotros los estamos dispensando, por lo que un error nuestro puede conllevar a una negligencia. 

 

La rutina en una farmacia es compleja. Además de todo lo que ya te he comentado, tienes que caer en la cuenta de que, al menos en aquella época y en las farmacias en las que yo trabajé, una vez al mes recibíamos los pedidos; así que había que encargarse de recepcionarlos, atender a delegados de laboratorios, para probar un poco del último jarabe de fitoterapia que nos presentaban, comprobar que el sabor es muy agradable  y asegurar cuando nos preguntéis cómo sabe el delicioso gusto que deja en la boca, es decir, que éramos los encargados de  recibir y probar esos nuevos medicamentos que había que estudiarse; y se daban de baja otros, porque habían dejado de comercializarse, y entonces teníamos que saber cuáles les sustituirían. Había medicamentos que necesitaban frío y refrigeración, así que esos tenían que colocarse pronto. Además, y siento ser pesada sobre esto, no solo nos encargamos de vender medicamentos, de dispensar medicamentos, aparte de la atención farmacéutica, realizamos toma de tensión, control de azúcar, preparación de sistemas de dosificación personalizada, control de caducidades, puesta de pendientes y pedidos diarios. ¡Un no parar!

 

A lo largo de tantos años de profesión tengo muchas anécdotas, principalmente con clientes de la farmacia. Recuerdo algunas, como aquella vecina que intercambiaba nuestros servicios por tartas y pasteles que ella preparaba. ¡Durante unos meses volvimos al trueque[8]! Llegamos a un pequeño acuerdo: yo invertía mi tiempo y conocimiento en ella, en las pruebas que necesitaba realizarse cada dos meses y ella hacía lo propio con nosotros porque, invirtiendo su tiempo y conocimiento, nos preparaba aquellos dulces. Recuerdo en especial unos bizcochos de calabaza que hacía. Un día le pedí la receta, y un poco enfadada, refunfuñando y entre dientes[9], me la redactó. Ella decía que el secreto estaba en usar un buen aceite de oliva de su tierra, Toledo, y unas buenas calabazas de la huerta. 

 

Recuerdo también a aquel caballero que llegó un día a la farmacia, con unos diez tratamientos diferentes y me hizo sacarle todas las opciones de cada medicamento. Estuve media hora en el almacén para sacar casi 100 cajas y explicándole uno a uno aquellos medicamentos. El criterio que utilizó para elegir cuál se llevaba a casa fue el color de las cajas: aquellos colores que le gustaban son los que se llevó, sin ningún tipo de criterio médico. Y también te diré que hay frases típicas en la farmacia. Cuántas veces habré escuchado: “¿Están ya mis pastillas? Son unas chiquitas blancas, si me enseñas la caja te las digo. Es una caja cuadrada con las letras rojas– o  “¿Tienes la crema de cara que usa la Preysler?” Muchas veces se daban situaciones en las que la risa o la lágrima eran difíciles de aguantar ante el cliente. 

 

Esta pasión por mi profesión me ha llevado a investigar cuales son las farmacias más antiguas en España. Y he descubierto que una de las más antiguas está en la localidad de Peñaranda de Duero, en Burgos. Y es que Lucas Ximeno fundó una farmacia, o laboratorio, lo que antes se llamaba botica en el siglo XVIII y sus descendientes (ocho generaciones) han mantenido su legado a través de los años. Es una farmacia grande, pues cuenta con varias dependencias, que incluyen un laboratorio y un jardín de plantas medicinales. Pude viajar hasta allí hace unos años para visitarla y fue fascinante poder pisar una farmacia con tanta historia, donde nada más entrar por la puerta puedes contemplar una magnífica colección de botes de farmacia de comienzos del siglo XVIII

 

Pero según dicen la más antigua, no solo de España, sino de Europa es la farmacia Esteve de Llivia, en Girona.  Dicen que es una farmacia de origen medieval. Fundada a principios del siglo XV, actualmente convertida en un museo que guarda una colección de cajas renacentistas con retratos de santos y personajes; tarros de botica de los siglos XVI y XVIII, un gran armario barroco, etc. Además esta farmacia conserva una biblioteca, instrumentos de laboratorio, preparados, recetarios, etc. Estoy deseando poder visitarla. Espero que la situación actual producida por la pandemia mejore y podamos viajar de forma normal. Espero que mi historia te motive para hacer en tu vida aquello que te apasione, sin ponerte límites. 


[1] Aprendiz/a – Persona que aprende algo, especialmente un oficio manual, practicándolo con alguien que ya lo domina.

[2] Nómina – Relación nominal de los individuos que en una oficina pública o particular  han de percibir haberes y justificar con su firma haberlos recibido.

[3] Prospecto – Papel o folleto que acompaña a ciertos productos, especialmente los farmacéuticos, en el que se explica su composición, utilidad, modo de empleo.

[4] Hacer hincapié – Insistir en algo que se afirma, se propone o se encarga.

[5] Formación profesional – Por formación profesional se entiende todos aquellos estudios y aprendizajes encaminados a la inserción, reinserción y actualización laboral,  cuyo objetivo principal es aumentar y adecuar el conocimiento y habilidades de los actuales y futuros trabajadores a lo largo de toda la vida.

[6] Albarelos – Un albarelo es un recipiente de cerámica de forma cilíndrica, que usaban los boticarios para almacenar drogas y preparaciones sólidas o viscosas, pero casi nunca líquidas.

[7] Legible – Que puede ser leído por su claridad o interés.

 

[8] Trueque – Intercambio directo de bienes y servicios, sin mediar la intervención de dinero.

[9] Entre dientes – Se aplica a la manera de hablar o decir algo protestando.

 

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